Guillermo ESCOBAR / San Sebastián de los Reyes, Madrid / 31.08.2020
La melancolía de los días pasados, añorando los festejos que no fueron, hoy se hace más pesada si cabe. Porque tocaría despedir a lo grande las Fiestas de Sanse, que han alcanzado tal grado de importancia a nivel regional y nacional, precisamente porque hasta en la última despedida, la ciudad está a la altura de dar valor a las cosas que lo merecen.
Si el año pasado terminábamos la cobertura de fiestas descontando días, hoy, conscientes de la inutilidad de haber arrancado cada una de esas páginas de nuestros calendarios vitales, nos toca de nuevo poner el contador a cero, al haberse visto cancelados por la pandemia del coronavirus.
Una situación que nos ha impedido vivir la pena que da cuando algo bueno se termina, pero que aun habiendo terminado seguimos saboreando con el paso de los días. Con la nostalgia de saber que se ha acabado pero con la alegría de haberlo vivido y aprovechado al máximo.
Este 2020 deja unas fiestas en honor al Santísimo Cristo de los Remedios que ni siquiera fueron. Que son fantasmas que vagan por calles sin espuma, sin toboganes ni castillos hinchables (infalibles). Peñas cerradas a cal y canto. Sin música.
Plaza sin festejos. Mañanas sin los nervios previos a trepidantes carreras por la Calle Real, que hoy respira a medio gas, como en pausa, cortada a ambos lados, como queriendo abrazar al menos a la gente que pasea por ella en un gesto evocador de días, que seguro volverán pronto.
Porque en este año difícil en el que hemos perdido gente y hemos aprendido a vivir de otra manera, también nos ha tocado afrontar una semana inédita de no fiestas en San Sebastián de los Reyes. Un recinto ferial inexistente que no deja ruido de risas, familias y amigos por más que demos vueltas buscando las atracciones de siempre. Talanqueras sin gente . Bueno, ni eso. Más bien, calles sin talanqueras. Aunque al menos tenemos una a la que mirar para evocar el recuerdo de tantísimos momentos que nos hacen vivir las fiestas de Sanse cuando el verano da sus últimos coletazos.
Una pena mayor que la de otros años. Un qué pena me da profundo y hondo. Como para nuestros adentros, que nos hace pensar que son muchísimas cosas las que este 2020 nos ha quitado. Y por eso, este Qué pena me da que ni siquiera hemos celebrado es más triste que nunca. Aunque la seguidilla encuentra en su propia pena remedio hasta la explosión de felicidad que traerán las fiestas del 2021.
Hasta entonces, como bien indica su letra, sólo nos queda cantar.